Foto de @dxtadaptado
En la manaña de este martes 10 de septiembre, Día Mundial de la Prevención del Suicidio, siento una inquietud mezclada con tristeza al mirar el calendario. Antes de identificar la fecha en las redes me topo con las declaraciones de la atleta paralímpica Elena Congost tras haber sido descalificada en la prueba de la distancia reina. El motivo es que a 10 metros de la meta soltó momentáneamente la cuerda que le vinculaba a su guía para evitar que cayese al suelo por causa de unos calambres. “Ha sido un acto reflejo de cualquier ser humano, aguantar a una persona que a tu lado se está cayendo.”
Me emocioné al escuchar a Elena pronunciar semejante obviedad entre sollozos y al contactar con la otra acepción de esta afirmación, la de caernos emocionalmente. Más allá de lo injusto o no de la situación, me quedo pensando en el concepto de “espíritu olímpico” y veo como en esta situación hay mucho de espíritu y no tanto de olímpico. Asocio personalmente el espíritu a lo humano, lo que nos une, lo que nos mueve a sobrevivir como especie desde el cuidado y el apoyo, lo que nos ayuda a alcanzar las cimas y a celebrar los valles en amor y compañía. Asocio lo competitivo a lo que separa a una persona de otra en función de su ejecución y resultado. Una motivación que impulsa al ser humano a ser mejor, tomando como referencia a un otro al que superar.
Con su gesto humano nacido del espíritu de ayuda y empatía hacia otros, Elena deja de ganar una medalla de bronce y una beca. Lo que gana-mos no tiene horizonte todavía, no se limita a un logro competitivo ni a una compensación económica pues es la victoria de lo humano, de ese amor que tanta falta nos hace en estos tiempos de tanta desconexión. Cierto es que sufrirá la ausencia de reconocimiento y dinero en el corto plazo, también es cierto que el amor da alimento en lugares de más difícil acceso que el estómago o el ego. Ese lugar que si no es alimentado puede llevar a la persona a no querer seguir viviendo, a querer bajarse de esta pandemia de incomprensión y soledad emocional.
Con este poner en valor lo amoroso y lo vulnerable no pretendo criticar lo olímpico ni lo competitivo. Reconozco que son elementos que ilusionan, mueven, motivan y alegran la vida de muchas personas. Lo que sí afirmo es que en este mundo necesitamos complementar eso que ya tenemos en las redes con mucho más amor y espíritu empático como el que se le escapó a Elena encarando la meta. Por suerte todos lo tenemos y nos sale si nos descuidamos. También, si nos cuidamos y cuidamos, podemos hacer para que salga, podemos permitirnos ser lo que ya somos, humanos. Que la no medalla sirva para darnos cuenta de que tenemos ya incorporada la más valiosa de todas, la del amor, justo aquí en el corazón, donde suelen apoyarse el resto de metales.
Este amor es el que se hace figura en este 10/9, que me sale rebautizar como Día Mundial de la Necesidad de Amor, pues es sin duda la mejor prevención. En términos generales, no se suicida quien quiere dejar de vivir, sino quien quiere dejar de sufrir y no encuentra otra manera para ello. Hay quien defiende y me incluyo, que una vida sin amor no merece ser vivida y añado que es precisamente el amor el antídoto para quien no quiere/puede sufrir más. Me pregunto cuántos suicidios se podrían prevenir con la dosis necesaria de presencia, comprensión, apoyo y compañía. Para nada estoy diciendo que donde ha ocurrido un suicidio ha faltado el amor. En mi experiencia sé que no. Es probable que hayan estado presentes las barreras que dificultan el acceso al amor. Tanto por parte de quien sufre como por la de quien acompaña (que también sufre). Es común aislarse y pertrecharse entre corazas emocionales cuando se sufre mucho. Miedo a que no me entiendan, a preocupar a quien quiero, a que le quiten importancia o a que me critiquen, entre otros, ejercen de obstáculo al amor y al apoyo y llevan a la persona a esconderse y a gestionarlo en soledad. Puede darse que quien acompaña quiera dejar espacio ante las reacciones esquivas del doliente y empáticamente prefiere dejarle estar, o directamente no le queda otra porque es muy difícil acompañar a quien sufre y no quiere compañía en ello. Es sin duda una de las dinámicas relacionales más complejas y uno de los mayores retos para el amor y el cuidado.
Ante esta dificultad llegan Elena y su guía Mia para aportar claridad en esta sencilla y potente imagen. Nos hablan de permitirnos contactar con nuestra vulnerabilidad, concepto que define mejor lo que antes quise llamar espíritu. Esta vulnerabilidad tan rechazada en los contextos competitivos, donde precisamente se premia a quien consiga dominarla mejor que el resto, tanto en su vertiente física como en la emocional. El guía contacta con su vulnerabilidad física (también emocional si indagamos) mediante unos calambres y la atleta contacta con su vulnerabilidad emocional (por encima de una física importante de base) mediante el vínculo, la empatía y el amor. Al ver al guía masculino en este día señalado, se me echa encima el dato según el cual 3 de cada 4 personas que se suicidan en España son hombres. Nos las damos de guías, aplicando esa creencia aprendida de que lo tenemos que tener todo resuelto, esa actitud de “yo me lo guiso, yo me lo como” y esa falacia de que dejarnos cuidar y mostrarnos en nuestra vulnerabilidad es un signo de debilidad inconcebible para nuestra identidad. Esta actitud hace mucho daño, nos lleva a aislarnos y a ese silencio emocional tan masculino. Sobre todo, nos aleja del amor, de recibirlo y también de darlo. El amor es vulnerabilidad, dejarnos amar es permitirnos ser vulnerables.
Ser personas os ha dejado sin medalla y nos traerá mucho más y a mucha más gente. A mí ya me habéis inspirado más que todo el medallero de París. Gracias Elena y Mia por reafirmar el camino con vuestras acciones. No habéis ganado en la lucha entre iguales, sí sois campeones en la vulnerabilidad y el amor, ese inmaterial precioso que puede salvar muchas vidas en cantidad y salvarnos como especie en calidad.
